Cada día llegan al poblado de Bajo Chiquito miles de migrantes. El continuo flujo ha puesto en el radar a un poblado que por décadas se mantuvo en completo anonimato. Larish Julio La Estrella de Panamá
“Vimos un cuerpo a dos horas de aquí”. “Había un bebé como de seis meses envuelto en una sábana, que lo dejaron ahí”. Son los relatos más espeluznantes que se escuchan en la fila de los migrantes al llegar al poblado de Bajo Chiquito.
“Vimos un cuerpo a dos horas de aquí”. “Había un bebé como de seis meses envuelto en una sábana, que lo dejaron ahí”. Son los relatos más espeluznantes que se escuchan en la fila de los migrantes al llegar al poblado de Bajo Chiquito.
Las expresiones no solo son en palabras, también en señas. Un señor se lleva la mano al cuello como para indicar que la criatura estaba muerta. Son las 7:00 de la mañana del miércoles 18 de octubre y la fila para pasar el registro de seguridad en Bajo Chiquito es larga. El día está nublado, pero la humedad supera el 90%. El señor viene acompañado de una mujer en cuyo rostro se refleja alivio y trauma: “Pensé que iba a morir cruzando la selva de Darién”, expresa.
No importa quien pronuncie la frase, puede ser un adulto, una madre de familia, un adolescente o un niño. Estos son los relatos que han puesto a Bajo Chiquito en el radar internacional. Antes, nadie tenía idea dónde quedaba Bajo Chiquito.
Para llegar al poblado, si se usan las rutas convencionales, es necesario viajar por carro a Metetí, Darién, y de ahí al 'puerto' de La Peñita, donde se toma una piragua que navega cuatro horas sobre el río Tuquesa hasta llegar al caserío donde habitan 496 personas, ubicado en el tapón boscoso que forma parte de la comarca Emberá, en la provincia de Darién.
En la fila hay adultos hombres y mujeres, jóvenes solos y acompañados, y familias con niños pequeños menores de 5 años. De esa edad, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) ha registrado 40.000 en lo que va del año (enero-septiembre).
Una madre que viaja con sus hijas, una de cinco y otra de nueve años, me cuenta que tuvo que subir acantilados, cruzar el río y dormir en una carpa improvisada en medio de la vegetación que no deja pasar los rayos del sol. La culpa de haber arriesgado su vida, pero principalmente la de sus hijas, le brota con lágrimas que no paran de escurrirle por la cara cuando recuerda la escena.
La ruta de los migrantes se inicia en Capurganá o Acandí, en el departamento del Chocó colombiano. Quienes logran sobrevivir al 'infierno' de la selva darienita, que les toma aproximadamente cinco días a pie, se les ve esperanzados de continuar la ruta hacia Estados Unidos o Canadá después de haber pasado una de las peores partes.
Antes de entrar al pueblo se escuchan los gritos de emoción de algunos niños: ¡Llegamos! ¡Llegamos!, gritaban con emoción, como dejando atrás la peor pesadilla.
Bajo Chiquito se ve inundado de basura debido al movimiento de migrantes; los esfuerzos de recolección de residuos son insuficientes.Laarish Julio | La Estrella de Panamá
Llegan a un pueblo que desde su fundación, en 1983, ha pasado desapercibido por los gobiernos de turno, precisamente por su ubicación geográfica, en la última frontera de Panamá.
Es el pueblo real indígena: sin luz, sin agua potable, sin señal de internet o celular, sin servicios sanitarios, con un puesto de salud insuficiente y una escuelita con siete maestros que dan clases hasta noveno grado. El mundo conoció Bajo Chiquito por los migrantes.
El día que este diario llegó a Bajo Chiquito había más de 1.500 viajeros irregulares. Pero solo un par de semanas atrás se contaron hasta 3.000 diarios, y no muy lejos hubo picos de 5.000 personas. No cabían. La cifra absorbe por completo a sus moradores y supera con creces la capacidad para alojarlos, además que la carencia de servicios básicos es evidente.
Sin agua, no hay baños ni duchas, por lo que la defecación es en campo abierto. Esto ha ocasionado que el lugar se vuelva un sitio hediondo en todos los rincones. No hay donde esconderse.
La comunidad se abastece del río para beber agua, lavar la ropa y asearse.Larish Julio | Estrella de Panamá
Según Nelson Aji, el nokoe o líder comunitario emberá, por el momento no existe un plan concreto de contingencia a corto o mediano plazo. Él se siente impotente ante la situación. No halla cómo llamar la atención del Gobierno Nacional y de las autoridades locales para resolver el problema. A pesar de haber exteriorizado la situación en varias ocasiones “no nos hacen caso”, dice. “Esa gente –los migrantes– donde duerme, desecha sus necesidades”, se queja Ají.
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Por Adelita Coriat